“Enamorada del mundo”
así me definiría, si de algo estoy enamorada es del mundo, adoro sus lugares,
adoro sus gentes, sus culturas, sus comidas, sus aromas, sus todo…
Me encanta llegar a un
lugar nuevo, poder perderme entre sus calles, descubrir colores nuevos, sabores
nuevos, miradas nuevas, sonidos nuevos.
Adoro sumergirme en un
lugar ajeno a mí, donde es como empezar de cero, porque es una nueva vida, es
una nueva gente, son unos nuevos retos.
Por eso, me apasiona
viajar y vivir en lugares distintos, porque no me siento como una hoja de un árbol
perenne sino como una hoja de un árbol caduco, donde cada año la hoja se cae y en
primavera vuelve a brotar, con una nueva vida por vivir. Yo soy esa
hoja que cada año cae y vuelve a resurgir en un lugar desconocido, con unas ilusiones
distintas, rodeada de hojas diferentes y con un mundo diverso por descubrir.
Recuerdo lo que considero mi primer “viaje”, aquella primera
vez que subí a un avión para visitar la llamada “ciudad del amor”, París. Y
recuerdo esa sensación de asombro, de sentir que todo es bello, que es tan
distinto a lo que normalmente te rodea, que te atrapa y hace que desees quedarte allí
sin que el tiempo pase. Y recuerdo que con sólo 15 años pensé: me encantaría
vivir aquí, por un tiempo.
Y es que viajar es una droga, es una droga que te aporta
conocimientos sobre ti mismo y sobre los demás que de otra manera quizás nunca
llegarías a conocer.
Cuando llegas a un lugar en el que todo es extraño para
ti, eres como un libro en blanco esperando a ser escrito, donde escribirás una historia
que va a ser protagonizada por personajes de lugares que nunca hubieras
imaginado.
Y en cada rincón tendrás momentos especiales que recordar,
momentos más alegres, momentos más tristes, pero en definitiva, momentos que te
harán crecer y aprender sobre la vida.
Viajar es cambiar, es abrir tu mente y ver que ahí fuera de
tu pequeño mundo hay un infinito abanico de posibilidades esperándote para ser
conquistadas.
Vivir en un lugar
nuevo es arriesgarse, es superar barreras, es intentar alcanzar unas metas que tal vez antes no te hubieras planteado; es salir de tu zona de confort, de esa
que a veces nos atrapa, haciéndonos seres inamovibles y cobardes.
Es hacer que tus
raíces se expandan por otras tierras distintas a las que te vieron nacer.
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