jueves, 22 de octubre de 2015

Cosas de ciudad...

Ahora que llevo un largo periodo viviendo en mi aldea, ese lugar tranquilo donde siempre ves a tus vecinos, algún que otro coche pasando por la carretera, los animalillos corriendo por ahí… cuando voy de visita a la ciudad, presto mucha más atención a lo que allí me rodea.

Puedes experimentar tantas cosas distintas, ver a gente tan diferente, verte envuelta en situaciones tan inesperadas…

Sentarte a comer churros en la terraza de un bar y que un vagabundo que pasa por allí, le de voces al camarero; que yo, me quede un poco asustada, pensando: “se va a liar” y que luego vea, que la reacción del camarero es responder con otra voz y sonriendo a aquel señor, dándome cuenta de que sólo estaba bromeando, de que el vagabundo pasará por allí muy a menudo y es, digamos, un “amigo” del camarero.

Y siguiendo sentada en esa terraza,  ver como un grupo de guiris en bicicleta atraviesan la callejuela, para parar en el bar de más adelante a tomarse unos vinos o unas cervezas.

Y acercándose el medio día, mirar el termómetro de la calle que marca 30 gradazos…a 21 de Octubre; esto es Málaga señores.

Almorzar con mis penkas favoritas, que me tienen la comida preparada, aunque no me hayan esperado para empezar a comer, pero ya hay tanta confianza que… pa qué iban a estar pasando hambre.

Disfrutar unos minutos de ese paseo marítimo, mientras recuerdas con una vieja amiga aquellas tardes en las que salíais a patinar, y sentir unas ganas enormes de volver a hacerlo.

Son tantos los recuerdos que aquella ciudad me trae…

Y porque siempre habrá algo nuevo por hacer, qué mejor que sentarse en un banco de la plaza de la Merced a leer un libro mientras varios niños corretean a tu alrededor, oyendo de vez en cuando los gritos de sus madres y oyendo también, las interesantes conversaciones de esos locos bajitos.

Que una señora que lleva un carrito con un bebé, me salude y se siente a mi lado, y que de vez en cuando ese niño me mire y se ría mientras yo le pongo caras; y pensar: no hay nada más bonito que la sonrisa sincera de un niño.

En pocos minutos ves pasar tantas historias por delante de ti…y me pregunto: ¿cómo será la vida de esa señora con su bebé?, ¿a dónde irán esas chicas con pintas de universitarias hippies? ¿cuál será la historia de estos niños que están jugando a mi alrededor? ¿y la de la señora mayor que va agarrada del brazo de la joven?

Caminar por las calles, mientras te sumerges en tu música, y que de repente te paren, te hagan bajar de esa nube y te pregunten: “¿Cómo te llamas? ¿Y ese colgante? Qué bonito, ¿dónde lo compraste?” Y empieces a contarle tu vida a un desconocido de médicos sin fronteras…para que después te hable de lo beneficioso que sería ayudar económicamente a esa pobre gente; haciendo su trabajo lo mejor que puede.

Y llegada la noche, pasear por el puerto, imaginando que cualquiera de aquellos barcos podría ser tuyo, imaginar a qué puertos podrías llegar y mientras tanto, divisar la Alcazaba iluminada entre la oscura arboleda, la torre de “la manquita” alzándose entre los edificios de la ciudad o la noria alumbrada, recordando al London Eye.

Tomar un algo en los 100 montaditos, a la vez que compartes risas, anécdotas y otras historias con un recién conocido.

Y pensar: cuántos años he pasado viviendo en esta ciudad y cómo me sigue encantando, quizás ahora más que antes, porque cuando más se valora algo es cuando no se tiene.


Pero prefiero no tenerla y seguir admirándola como hasta ahora, disfrutando de ella en pequeñas dosis y sintiendo siempre esas ganas de volver.


lunes, 19 de octubre de 2015

Reflexiones de media noche: "Enamorada del mundo"

“Enamorada del mundo” así me definiría, si de algo estoy enamorada es del mundo, adoro sus lugares, adoro sus gentes, sus culturas, sus comidas, sus aromas, sus todo…

Me encanta llegar a un lugar nuevo, poder perderme entre sus calles, descubrir colores nuevos, sabores nuevos, miradas nuevas, sonidos nuevos.

Adoro sumergirme en un lugar ajeno a mí, donde es como empezar de cero, porque es una nueva vida, es una nueva gente, son unos nuevos retos.

Por eso, me apasiona viajar y vivir en lugares distintos, porque no me siento como una hoja de un árbol perenne sino como una hoja de un árbol caduco, donde cada año la hoja se cae y en primavera vuelve a brotar, con una nueva vida por vivir. Yo soy esa hoja que cada año cae y vuelve a resurgir en un lugar desconocido, con unas ilusiones distintas, rodeada de hojas diferentes y con un mundo diverso por descubrir.

Recuerdo lo que considero mi primer “viaje”, aquella primera vez que subí a un avión para visitar la llamada “ciudad del amor”, París. Y recuerdo esa sensación de asombro, de sentir que todo es bello, que es tan distinto a lo que normalmente te rodea,  que te atrapa y hace que desees quedarte allí sin que el tiempo pase. Y recuerdo que con sólo 15 años pensé: me encantaría vivir aquí, por un tiempo.

Y es que viajar es una droga, es una droga que te aporta conocimientos sobre ti mismo y sobre los demás que de otra manera quizás nunca llegarías a conocer.

Cuando llegas a un lugar en el que todo es extraño para ti, eres como un libro en blanco esperando a ser escrito, donde escribirás una historia que va a ser protagonizada por personajes de lugares que nunca hubieras imaginado.

Y en cada rincón tendrás momentos especiales que recordar, momentos más alegres, momentos más tristes, pero en definitiva, momentos que te harán crecer y aprender sobre la vida.

Viajar es cambiar, es abrir tu mente y ver que ahí fuera de tu pequeño mundo hay un infinito abanico de posibilidades esperándote para ser conquistadas.

Vivir en un lugar nuevo es arriesgarse, es superar barreras, es intentar alcanzar unas metas que tal vez antes no te hubieras planteado; es salir de tu zona de confort, de esa que a veces nos atrapa, haciéndonos seres inamovibles y cobardes.

Es hacer que tus raíces se expandan por otras tierras distintas a las que te vieron nacer.

Es volar sobre cielos lejanos, sentirse libre, cumplir y crear nuevos sueños.

Volemos.








sábado, 17 de octubre de 2015

Noches de Halloween: Un móvil desaparecido, un enmascarado, un ligonzuelo y muchos borrachos.

31 de Octubre de 2014. Cork, Irlanda.

¿Plan para la noche de Halloween?

House party prometedora en casa de un irlandés: buena música, posibilidad de conocer irlandeses (que aunque no sean muy agraciados físicamente nos convenían para mejorar nuestro inglés y hacer amigos que no hablaran español, cosa que en Cork, aunque parezca raro, era muy difícil) y fiesta hasta altas horas de la madrugada, algo que apreciábamos mucho los españoles ya que en Irlanda los locales echan el cierre de 2 a 2:30 de la mañana.

Disfraz que elegimos mis amigas y yo: de calaveras mexicanas, disfraz sencillo, barato y vistoso.
La noche comienza en casa de un amigo donde normalmente nos solíamos reunir para hacer botellón (vamos, que de viernes a domingo estábamos allí sin falta, hasta que el chollo se nos acabó…)

Después de que todas estuviésemos pintadas ponemos rumbo a la casa, que aparentemente parecía estar cerca, pero el camino se alargó bastante porque no la encontrábamos; teníamos la dirección, el google maps, y las instrucciones por whatsapp de nuestra amiga (la novia del anfitrión) pero aun así, nos supuso dar varias vueltas alrededor de la misma manzana hasta encontrarla.

Una vez llegados, algunas de mis amigas estaban ya borrachillas y necesitadas de más alcohol, por lo que se dedicaban a coger prestado de las botellas de los demás (¡ay pillinas!).

En cuanto a la música, había un pequeño problema, y es que los altavoces no funcionaban…la supuesta gran noche que íbamos a pasar dándolo todo en la pista se fue desvaneciendo en vista de que como mucho, la música que podíamos escuchar era la del móvil.

Pero eso sí, la decoración era inmejorable; en mi vida he visto casa tan bien decorada: telas de arañas por todos lados, pinturas ensangrentadas en las paredes, cuchillos asesinos en el baño, estaba currada no, lo siguiente.

En cuanto a los invitados,  irlandeses pocos, pero la mayoría de mis amigos estaban allí, por lo que estábamos nunca mejor dicho como en casa. Uno de ellos era un conocido mío, conocido a través de una red social, que se pasó la noche intentando ligar con todo lo que se meneaba (del sexo femenino, claro). Otro de ellos era un enmascarado simpático que cayó en gracia a una de mis amigas, por lo que se dieron los números de teléfono, llegaron a tener una cita pero luego entre que sin máscara dejaba mucho que desear y que era bastante prepotente, el chico no consiguió su objetivo ( y casualidades de la vida, que luego resultó ser mi compañero de trabajo, ¡qué pequeño es Cork!).

Yo conocí a dos guiris, una coreana y otra francesa, (porque yo tenía que hablar inglés sí o sí, y más estando contentilla) y a la francesa, pobrecita, alguien le quemó parte de su cabellera…no recuerdo cómo ni porqué (bueno teniendo en cuenta el grado de embriaguez que la mayoría llevaba encima…) pero sé que en un determinado momento de la noche empezó a oler a pelo chamuscado.


Y el suceso más señalado de la noche fue que una de mis amigas, la que iba, podemos decir, que más sobrada de alcohol, perdió su móvil. Si no recuerdo mal, fue al día siguiente cuando se dio cuenta de que su querido Samsung Galaxy S5 o 6 ya no estaba en su bolso. Inmediatamente se fue a buscarlo a la casa donde había desaparecido, pero ni rastro del móvil, lo denunció a la policía y a partir de ahí empezó una investigación que no tenía nada que envidiar a las de Sherlock Holmes: comprobó la ubicación del móvil con no sé qué sistema de seguridad que tenía, fue hasta la casa donde la ubicación le indicaba, que casualidad que se trataba de una casa vecina a la de la house party; consiguió ver una foto de la mujer que le había robado el móvil, la “Loli” la llamamos por las greñas que llevaba y finalmente, tras muchas llamadas a la garda (la polí de Irlanda) y visitas a la comisaría, mi amiga ¡recuperó su móvil! Para que luego digan que es imposible recuperar los móviles robados.

Y hasta aquí, mis 2 especiales noches de Halloween,..la próxima se acerca, ¿deparará algo interesante?

Noches de Halloween: Una noche de Halloween…cuando menos, original

Como todos sabemos la noche de Halloween se acerca, por ello he decidido hablar de dos de mis noches de Halloween que por sus cosillas merecen ser contadas.

Nos remontamos a la noche de Halloween del año 2012, una amiga, su hermana y un amigo decidimos hacer una cena de Halloween en mi piso y después si nos animábamos a salir de fiesta, salíamos.

Obviamente como era una cena de Halloween yo tenía que decorar la casa, al menos el salón, y así lo hice; no me compliqué mucho, unas cuantas de velitas de estas de los chinos, una o dos mini calabazas  que mi tía me había dado de su huerto a las que les pinté una cara, una tarta de queso con cara diabólica, una pizza con ojos y dedos-momia que mis amigas cocinaron.

Tampoco podían faltar los disfraces: yo de novia cadáver (un antojo de disfraz que siempre había tenido, aunque verdaderamente de cadáver no tenía mucho porque lo que es la cara en sí, no me la pinté demasiado pálida…me gusta demasiado ir mona), mis amigas de payasas diabólicas y mi amigo de vampiro.

Una vez llegados los invitados, comienza la cena con total normalidad…aunque extrañamente teníamos el pavo subido, no sé por qué nos reíamos por todo.
Estamos comiendo…cuando de repente la hermana de mi amiga nos pregunta:
-“La doble llama de la vela, ¿no es normal no?”

Todos miramos para la tele y vemos que está literalmente ARDIENDO!!

Yo y mis magníficas ocurrencias de poner una velita de estas que parece que están forradas de metal pero que en realidad son de plástico duro, encima de la tele, sin más sujeta velas ni nada. La vela se había ido consumiendo hasta que había derretido el plástico y con él había llegado a la tele y ¡la estaba quemando!

Mi reacción, bajo mi punto de vista muy razonable, lanzarle un vaso de agua a la tele. El fuego se apagó aunque dejó un agujero considerable en la tele (que no era mía, pues vivía de alquiler).

Después del sustillo, porque podríamos haber salido ardiendo, nos hinchamos de reír a más no poder, el momento lo merecía.

Lo siguiente era comprobar que la televisión funcionase; y así era, estaba sana y salva. Y por último tapar las huellas del crimen para que el casero no se diera cuenta del estropicio.

Encontré en una ferretería una masilla azul clarito con la que tapar el agujero, la parte de arriba la pinté con un color muy parecido al gris de la tele y encima puse una maceta con un cactus de papa Noel para disimular.

Al final, que yo sepa, el casero no se enteró, así que todos contentos.