Ahora que llevo un largo periodo viviendo en mi aldea, ese
lugar tranquilo donde siempre ves a tus vecinos, algún que otro coche pasando
por la carretera, los animalillos corriendo por ahí… cuando voy de visita a la
ciudad, presto mucha más atención a lo que allí me rodea.
Puedes experimentar tantas cosas distintas, ver a gente tan
diferente, verte envuelta en situaciones tan inesperadas…
Sentarte a comer churros en la terraza de un bar y que un
vagabundo que pasa por allí, le de voces al camarero; que yo, me quede un poco
asustada, pensando: “se va a liar” y que luego vea, que la reacción del camarero
es responder con otra voz y sonriendo a aquel señor, dándome cuenta de que sólo
estaba bromeando, de que el vagabundo pasará por allí muy a menudo y es,
digamos, un “amigo” del camarero.
Y siguiendo sentada en esa terraza, ver como un grupo de guiris en bicicleta atraviesan
la callejuela, para parar en el bar de más adelante a tomarse unos vinos o
unas cervezas.
Y acercándose el medio día, mirar el termómetro de la calle
que marca 30 gradazos…a 21 de Octubre; esto es Málaga señores.
Almorzar con mis penkas favoritas, que me tienen la comida
preparada, aunque no me hayan esperado para empezar a comer, pero ya hay tanta
confianza que… pa qué iban a estar pasando hambre.
Disfrutar unos minutos de ese paseo marítimo, mientras
recuerdas con una vieja amiga aquellas tardes en las que salíais a patinar, y
sentir unas ganas enormes de volver a hacerlo.
Son tantos los recuerdos que aquella ciudad me trae…
Y porque siempre habrá algo nuevo por hacer, qué mejor que
sentarse en un banco de la plaza de la Merced a leer un libro mientras varios
niños corretean a tu alrededor, oyendo de vez en cuando los gritos de sus
madres y oyendo también, las interesantes conversaciones de esos locos bajitos.
Que una señora que lleva un carrito con un bebé, me salude y
se siente a mi lado, y que de vez en cuando ese niño me mire y se ría mientras
yo le pongo caras; y pensar: no hay nada más bonito que la sonrisa sincera de
un niño.
En pocos minutos ves pasar tantas historias por delante de ti…y me pregunto: ¿cómo será la vida de esa señora con su bebé?, ¿a dónde
irán esas chicas con pintas de universitarias hippies? ¿cuál será la historia
de estos niños que están jugando a mi alrededor? ¿y la de la señora mayor que
va agarrada del brazo de la joven?
Caminar por las calles, mientras te sumerges en tu música, y
que de repente te paren, te hagan bajar de esa nube y te pregunten: “¿Cómo te
llamas? ¿Y ese colgante? Qué bonito, ¿dónde lo compraste?” Y empieces a
contarle tu vida a un desconocido de médicos sin fronteras…para que después te
hable de lo beneficioso que sería ayudar económicamente a esa pobre gente; haciendo
su trabajo lo mejor que puede.
Y llegada la noche, pasear por el puerto, imaginando que
cualquiera de aquellos barcos podría ser tuyo, imaginar a qué puertos podrías llegar
y mientras tanto, divisar la Alcazaba iluminada entre la oscura arboleda, la
torre de “la manquita” alzándose entre los edificios de la ciudad o la noria
alumbrada, recordando al London Eye.
Tomar un algo en los 100 montaditos, a la vez que compartes
risas, anécdotas y otras historias con un recién conocido.
Y pensar: cuántos años he pasado viviendo en esta ciudad y
cómo me sigue encantando, quizás ahora más que antes, porque cuando más se
valora algo es cuando no se tiene.
Pero prefiero no tenerla y seguir admirándola como hasta
ahora, disfrutando de ella en pequeñas dosis y sintiendo siempre esas ganas de
volver.